Nuestra Burbuja

Toda nuestra vida transcurre dentro de una burbuja. Es una frágil esfera invisible que delimita el terreno en el que nos sentimos cómodos: el área de nuestro conocimiento. Esta burbuja es nuestro refugio de certezas, pero su misma transparencia nos permite ver más allá: una segunda circunferencia, más vasta y fascinante, que representa lo que sabemos que no sabemos. Es el horizonte de nuestras preguntas conscientes, el catálogo de nuestros misterios reconocidos.

Sin embargo, lo verdaderamente trascendental yace fuera de este rango, en el inmenso océano que ni siquiera alcanzamos a percibir. Este es el tercer y más importante espacio: lo que no sabemos que no sabemos. Como lo articuló el estratega Donald Rumsfeld, estos son los "desconocidos desconocidos". En esa región vasta e inquietante habitan el futuro, las sorpresas que nos cambian la vida, las leyes del universo aún por descubrir y todo aquello que hace que la complejidad del mundo se organice en un orden casi perfecto.

¿Cuál es la estrategia a seguir ante esta inmensidad? Si bien no hay una única receta, la primera revolución es socrática: "Solo sé que no sé nada". Reconocer nuestra ignorancia no es un acto de debilidad, sino el gesto más poderoso para iniciar la expansión del conocimiento. En esta humildad radical nace la chispa de la curiosidad, ese fuego interior que nos impulsa hacia lo desconocido. Como decía Albert Einstein, quien atribuía sus logros no a un talento especial sino a ser "apasionadamente curioso": "Lo importante es no dejar de hacerse preguntas".

La vida, en esencia, se trata de ir pasando niveles. Cada experiencia se siente distinta dependiendo del tamaño de nuestra burbuja. No es lo mismo vivir algo con un conocimiento acotado que regresar a ello con más aprendizajes y perspectiva. Por eso, el objetivo profundo debería ser ampliar ambas circunferencias: tanto la de nuestro saber como la del reconocimiento de nuestra ignorancia.

No falta, por supuesto, quien se encierra en su diminuta burbuja creyendo que lo sabe todo. Estas personas, prisioneras voluntarias de una certeza limitada, dejan de interactuar y pierden la capacidad de asombro, cerrando así cualquier puerta al crecimiento. Son víctimas de una extraña paradoja: su incompetencia les priva de la capacidad de reconocer sus propios errores.

Por eso me gusta ver mi vida así: como una batalla personal por ganar algo de espacio. Una guerra pacífica, pero tenaz, contra mi propia ignorancia. En este viaje no caben las comparaciones ni las rivalidades; cada quien se mide contra sí mismo. Todo es relativo y se centra en una satisfacción íntima, en esa cruzada personal cuyo premio es entender más, ser una mejor versión de uno mismo y, a fin de cuentas, dejar algo hecho en el camino.

Como nos recordó el gran astrónomo Carl Sagan con una belleza extraordinaria: "En algún lugar, algo increíble está esperando ser descubierto". Depende únicamente de nosotros tener el coraje de salir a su encuentro.

La invitación está abierta. El desafío está planteado.

Venga. A crecer.

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